Es verdad que la tendencia de tomar fotografías a la comida, y las mesas, se ha potenciado a una escala abismal gracias a redes sociales como: Instagram, Facebook o Pinterest. Sin embargo, la realidad es que retratar mesas no es nada nuevo.
El placer por mostrar composiciones con una mesa como protagonista, empezó de la mano de la fotografía. Por ahí de 1830.
Las primeras fotografías de comida y mesas eran muy similares a las pinturas de aquellos entonces. Objetos centrados y estáticos, colocados con el fin de ser retratados. Cuidando mucho el significado metafórico de todos los elementos.
Con el paso del tiempo, en 1950, Anton Bruehl y Victor Keppler, cambiaron el enfoque. Lograron hacer del estilismo gastronómico un negocio, en donde la comida estaba siempre perfectamente colocada. Bajo las luces correctas. Con la vajilla y el mantel perfectos. Todo perfectamente situado antes de que el fotógrafo hiciese su trabajo.
Actualmente entran en juego otras variables: la originalidad, las texturas, las dimensiones, la espontaneidad (aunque sea una falsa espontaneidad), y hasta la idea de que tras cada foto compartida, tienen que haber montón de historias.
“Las fotografías de comida -así como la comida en sí misma- puede inspirar profundas reflexiones acerca de temas como el consumo, las tradiciones, género, raza, riqueza, placer, repulsión y domesticidad”
Susan Bright, Feast for the eyes (2017)
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